Que Es La Santidad En La Biblia?

Que Es La Santidad En La Biblia
La santidad en la Biblia tiene que ver con Dios y con su obra en nosotros. ¡Dios es santo! Él es el único completamente puro, perfecto, sin culpa y sin mancha. No hay nadie como él. Pero la santidad envuelve otro aspecto importante: Dios llama a sus hijos a ser santos.

Él desea que sus hijos vivan vidas puras, consagradas y dedicadas a él, Por eso, el día a día de los que aman y sirven a Dios debe reflejar el corazón y la naturaleza del Padre. Esto debe ser así en todo momento y en todo lo que se haga, tal como leemos en 1 Pedro 1:15-16: Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: «Sean santos, porque yo soy santo».

(1 Pedro 1:15-16) Que Es La Santidad En La Biblia Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo. (2 Timoteo 1:9) Por un lado, los hijos de Dios ya son santos gracias a su relación con él.

En el mismo momento en el que aceptaron a Jesús como Señor y Salvador se convirtieron en hijos de Dios. Todo lo anterior quedó atrás y gracias a la obra redentora de Cristo en la cruz ahora son santos, puros y limpios de todo pecado. Esa es su identidad. Por otro lado, los hijos de Dios son llamados a vivir en santidad : «Sean santos» (1 Pedro 1:16).

Esto quiere decir que sus vidas deben mostrar que han escogido seguir a Jesús y que han permitido que él transforme su ser. O sea, esa santidad se notará en su carácter, en sus acciones y en sus palabras. La santidad, la vida dedicada a Dios, impactará sus actitudes.

  1. Quien vive en santidad no habla ni actúa tal como lo hacen los que no aman a Dios.
  2. Vivir una vida santa es vivir la vida como Dios desea,
  3. Para lograrlo, hay que tener una relación bien estrecha con Dios manteniéndose atentos a su voz, obedeciéndole en todo.
  4. Todo lo que se haga, se diga o se piense dará testimonio de esa vida de santidad.

Antes ofrecían ustedes los miembros de su cuerpo para servir a la impureza, que lleva más y más a la maldad; ofrézcanlos ahora para servir a la justicia que lleva a la santidad. Cuando ustedes eran esclavos del pecado, estaban libres del dominio de la justicia.

¿Qué fruto cosechaban entonces? ¡Cosas que ahora los avergüenzan y que conducen a la muerte! Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna. (Romanos 6:19b-22) Amar a Dios y recibirlo como Señor es una experiencia transformadora.

Dios nos libera del poder del pecado, toda esa impureza queda atrás. Comienza el proceso de transformación y de santificación que culminará en el momento en el que dejemos el cuerpo terrenal y comencemos a disfrutar de la vida eterna en toda su plenitud.

¿Qué es la santidad de la Biblia?

La santidad en la Biblia – Mucho se ha hablado y escrito sobre la santidad. No obstante, los aspectos más relevantes según los religiosos respecto a la misma aparecen recogidos en la propia Biblia en la que se indica cómo se debe vivir en santidad. En concreto, se determina que quien desee hacerlo, debe seguir las siguientes indicaciones a rajatabla: -Deber ser practicante del ayuno.

  1. Tiene que estudiar y obedecer todos y cada uno de los aspectos que se establecen como principios en la mencionada Biblia.
  2. Se hace necesario saber perdonar.
  3. Por supuesto, es fundamental ser consciente del poder que tiene la oración.
  4. De la misma manera, se establece que para poder vivir en santidad es necesario huir de todo tipo de tentaciones.

-Se debe practicar la justicia. -Es importante no llevar a cabo la satisfacción de lo que son los deseos de la carne. Para la religión, pues, la santidad es una cualidad que poseen aquellas personas que fueron declaradas como santas. En el catolicismo, los individuos se convierten en santos a través de un proceso llamado canonización, Que Es La Santidad En La Biblia El papa suele recibir el tratamiento honorífico de Su Santidad. Puede servirte: Rajatabla

¿Qué es la santidad en el creyente?

Theol. Xave. vol.58 no.165 Bogotá Jan./June 2008 – SANTIDAD Y VIRTUDES ESENCIALES DE LA VIDA CRISTIANA. UNA LECTURA MARIANA * HOLINESS AND THE ESSENTIAL VIRTUES OF CHRISTIAN LIFE. A MARIAN READING SANTIDADE E VIRTUDES ESSENCIAIS DA VIDA CRISTÃ. UMA LEITURA MARIANA José Orlando Reyes F.

  • El presente texto se enmarca dentro de lo que Colciencias clasifica como revisión de tema.
  • Profesional, Licenciado y Magíster en Teología, Pontificia Universidad Javeriana; Especialista en Docencia Universitaria, Universidad del Bosque; Maestro en Educación, Pontificia Universidad Javeriana; profesor asistente de la Facultad de Teología, Pontificia Universidad Javeriana.

E-mail [email protected] Agradezco la lectura objetiva y crítica, así como los debidos aportes que han sido incluidos en este artículo, al padre Carlos Guillermo Álvarez Gutiérrez, CJM, cuya vivencia y reflexión mariológica ha permitido la revisión de la presente reflexión.

Fecha de recibo: 20 de junio 2007. Fecha de evaluación: 30 de julio 2007. Fecha de aprobación: 12 de marzo de 2008. Resumen El artículo indaga someramente por el sentido bíblico y teológico de la santidad, expresada en la fe, el amor y la esperanza, que nos conducen a una lectura mariana significativa para el creyente de hoy.

También hace una invitación a ser en una sociedad personas de fe, asumiendo ésta como don, apertura, respuesta y fidelidad a Dios; y con el ejemplo de María, a abrirse a la Palabra y a su dinamismo, que dispone la existencia al encuentro con el otro en la vivencia del amor; porque el amor es el “estado permanente del cristiano” que activa la espera gozosa de nuevas realidades humanas, impregnadas por la acción de salvación de Dios en la historia.

  • Palabras clave : Santidad, fe, amor, esperanza, María, virtudes.
  • Abstract This paper researches concisely the biblical and theological meaning of holiness, expressed in faith, love and hope, which leads us to a Marian reading meaningful for the present day believer.
  • It also invites the reader to be in the society a person of faith, assuming it as a gift, aperture, response and fidelity to God; and with the example of Mary opening up to the Word and its dynamicity, which disposes the existence to the meeting with the others in the living experience of love; because love is the “permanent state of a Christian” which activates the joyful expectancy of new human realities, impregnated by the saving action of God in history.

Key words : Holiness, faith, love, hope, Mary, virtues. Resumo O artigo indaga simplesmente por o sentido bíblico e teológico da santidade, na expressão da fé, o amor e a esperança, que leva-nos a uma leitura mariana cheia de significação para o fiel de hoje.

Também faz uma incitação a ser uma sociedade de pessoas de fé, onde assume-se como dom, abertura o fidelidade a Deus; e com o exemplo de Maria na abertura da palavra e a seu dinamismo, que dispõe a existência ao encontro com ou outro na vivencia do “porque o amor é o estado constante do cristão amor” que ativa a esperança gozosa de novas realidades humanas cheias pela ação de salvação de Deus na história.

Palavras Chave : Santidade, fé, amor, esperança, Maria, virtudes. INTRODUCCIÓN “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación.” (1Ts 4,3a) La santidad y las virtudes esenciales de la vida cristiana no son exclusivas en lo relacionado a la persona y misión de María, sino sobre todo en lo que atañe a la totalidad de la vida del creyente.

Esta reflexión se desarrolla en tres momentos articulados entre sí: el primero, propende por una breve mirada bíblico-teológica al sentido de la santidad, que permite constatar una máxima cristiana: Dios es el “Santo” por excelencia y su hijo Jesús, la revelación plena de su santidad, santidad a la cual está llamado a participar todo cristiano; el segundo, intenta dar algunas intuiciones sugerentes para la comprensión de la fe, el amor y la esperanza, como virtudes esenciales de la vida cristiana; y el tercero, propone a María, mujer, madre, discípula y misionera, desde la perspectiva de la fe, el amor y la esperanza, y desde esta perspectiva, convocados por María, a la construcción permanente de una sociedad incluyente y participativa, es decir, humanizante, liberadora y justa; porque “María es el templo, el santuario, la morada de Dios, donde el Señor puede ser encontrado, celebrado y amado”.1 UNA MIRADA BÍBLICO-TEOLÓGICA A LA SANTIDAD Una mirada básica a la santidad implica recurrir, necesariamente, a algunos textos veterotestamentarios y neotestamentarios.

Esto, con el fin de comprender la santidad desde la perspectiva bíblico-teológica, ya que ella se encuentra enraizada en la experiencia de la fe del pueblo de Israel y en la fe pospascual de la comunidad cristiana primitiva. Se presenta el legado generacional de la santidad como expresión del acontecer de la divinidad al interior de la persona que se abre a la acción transformadora del Espíritu del Resucitado, y que lo pone en funcionamiento a través de su actitud de servicio.

.en el mundo semítico, y en particular en el cananeo, la santidad expresa ante todo y fundamentalmente, la noción de una misteriosa potencia que está relacionada con el mundo divino y que es también inherente a personas, instituciones y objetos particulares.3

Al ser la santidad no sólo un concepto sino una experiencia equívoca, deja entrever su complejidad a la hora de ser abordada, ya que implica por sí misma lo sagrado en contraposición de lo profano, y más aún, su relación con el mundo de lo cultural. Israel, el pueblo de la Biblia, conocedor de esta concepción cananea, no la asume sino que le da una nueva significación a las expresiones “santo” (adjetivo), “santidad” (sustantivo) y “santificar” (verbo) desde una misma raíz semítica qds 4 -santo-, y las convierte en categorías fundamentales en la comprensión de la revelación bíblica.

De ahí que en este espacio académico sea una necesidad realizar -al menos someramente- un acercamiento a los aspectos bíblicos más revelantes en relación con el adjetivo “santo” y el sustantivo “santidad”. Para tal fin, se retoman los aportes de G. Odasso 5, provenientes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, para la comprensión de las categorías “santo” y “santidad”.

Antiguo Testamento: Santo es por excelencia Yahvéh En todo el Antiguo Testamento, “santo” es un término que sólo puede aplicarse de modo absoluto y total a Yahvéh, Dios del éxodo y de la alianza, pues designa la dimensión inefable de su misterio absoluto.

Sólo Dios es “santo” (cfr. Os 11,9; Am 4,2: el señor jura por su santidad, es decir, por sí mismo). Para Oseas, la santidad de Dios consiste en su mismo amor: amor de Padre que libera a su pueblo y le enseña a andar (cfr. Os 11,1-4); amor de esposo, que perdona y renueva a su esposa, para que pueda vivir en la experiencia de su salvación, y por tanto, en la comunión de su alianza (cfr.

Os 2,16.21-25). En este contexto, la santidad divina aparece como la fuente de la misericordia perenne que renueva y transforma la vida de Israel como pueblo del éxodo y de la alianza, Así también lo es para Isaías. Yahvéh es “santo”: “santo, santo, santo” (Is 6,3), lo cual significa que la santidad constituye la dimensión típica y absoluta del ser de Dios,

  1. Dado lo anterior, se puede afirmar que “santo” indica a Dios en cuanto Dios que salva.
  2. De ahí la expresión “santo de Israel” que recoge Isaías (cfr.
  3. Is 1,4; 10,20; 12,6; 30,11-12; 43,3.14; 49,7; 60,14; 2R 19,22; Jr 50,29) para poner de manifiesto, en profunda sintonía la tradición del éxodo y de la alianza, el misterio de Yahvéh, que justamente en cuanto Dios se comunica y se manifiesta al hombre para hacerlo partícipe de su vida y, de algún modo, de su mismo ser.

Este aspecto se recoge al reconocer al “santo de Israel” como el único Dios, el único salvador que realiza el nuevo éxodo (cfr. Is 43,3-5.16-21), así como el creador de su pueblo, el que ama con amor fiel (cfr. Dt 7,9) y ternura esponsal (cfr. Is 54,4-10; Os 2,21-25); el que con su perdón misericordioso manifiesta el camino del verdadero éxodo en la alegría y en la paz (cfr.

Is 55,5-12ª). Esta significación profunda que adquiere el término “santo” no sólo la testimonian los textos proféticos, sino también otros, como el Salmo 99, 3: “Alaben tu nombre, grande y terrible: Él es santo.” O Ezequiel 36,23: “Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones.” Lo anterior permite deducir que la confesión de Yahvéh como “santo” orienta la fe hacia la dimensión más íntima e inefable del misterio divino, para descubrir de esta manera el sentido último de la revelación de Dios, y por tanto, de su presencia salvífica.

Además, la comprensión de la realidad de Dios como “santo” trae sus consecuencias para el mismo pueblo; esto es, el pueblo comprende, pero a su vez asume a Dios como el distinto, el diferente, el separado y el totalmente Otro. En el mismo Dios está el modelo formal de santidad: “Santo es sólo lo que Dios ha separado, pues su misma santidad consiste en estar separado de lo profano.” 6 De ahí que cuando los objetos, lugares y personas se hacen santos, se separan para Dios y merecen un trato diferente, que se vive en la práctica en la división de lo sagrado y lo profano, ya sea en el ámbito cultural como en la cotidianidad de la vida.

  1. Es de advertir, entonces, que el término “santo” también es atribuido por extensión a objetos y lugares, a Israel, un pueblo santo, así como a personas, y a tiempos de la fiesta.
  2. Objetos y lugares.
  3. Son denominados “santos” estos objetos porque al ser destinados al culto de Yahvéh se convierten en un signo o un memorial de la santidad divina que obra salvíficamente para su pueblo.

Así, el arca es santa porque es el símbolo de la presencia de Dios (cfr. Ex 25,20-22; 1S 6,20). Santo también es llamado el templo, no en cuanto edificación humana, sino en cuanto expresión de la presencia salvífica del Señor (cfr. Ex 25,8; Sal 11,4; Ha 2,20), que da su bendición (cfr.

Sal 118,26), su Palabra (cfr. Sal 60,8) y su ayuda (cfr. Sal 20,3), escuchando y oyendo la oración de su pueblo (cfr.1R 8,30-40). Santas son las ofrendas sacrificiales (cfr. Lv 6,1ss; 8,31ss; 14,13), porque el sacrificio en sus múltiples formas es signo del hombre, que al aceptar el don divino de la reconciliación llega a la comunión con el Señor (cfr.

Ex 19,4); y dentro del templo, el altar también es llamado santo (cfr. Ex 29,36). Israel, un pueblo santo. A Israel se le llama pueblo santo del Señor: “Tú eres un pueblo consagrado -santo- a Yahvéh tu Dios” (Dt 7,6; cfr.14,2.21; 26,19; 28,9). La santidad de Israel únicamente se puede entender como participación en la santidad divina, y por tanto, de su ser, de su vida y de su amor, y todo por propia iniciativa de Dios.

Ser “pueblo santo” implica para Israel un compromiso de caminar por las sendas de Dios observando su Ley (cfr. Dt 26,17-19). Por ende, la vida moral del pueblo aparece en este contexto como expresión de la santidad misma de Dios, según se recoge categóricamente en la Ley de santidad: “Yahvéh le dijo a Moisés: Di a toda la comunidad de los israelitas: Sed santos, porque yo, Yahvéh, vuestro Dios, soy Santo.” (Lv 19,1-2) Personas,

De igual forma, por extensión, el término “santo” está relacionado con personas, en particular, los sacerdotes, entendidos en esta perspectiva como signos de la santidad del Señor, que santifica a todo el pueblo (cfr. Ex 28,36-38; Gn 49,26; Dt 33,16; Jc 13,5-7.14; 16,17; 1S 1,11; Nm 6,5-8).

  • Al tiempo.
  • Finalmente, la santidad es atribuida al tiempo de la fiesta, en cuanto representa al hoy en el cual el Señor convoca a su pueblo, y éste, en la celebración, renueva el memorial del Éxodo para actualizarlo en la vida de fe y de fidelidad a la alianza (cfr. Dt 29,3).
  • Ahora bien, es de anotar que la fiesta -en cuanto tiempo santo- conlleva un compromiso con el otro y alcanza su máxima expresión ideal en el jubileo: “Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis por el país la liberación para todos los habitantes.

Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia” (Lv 25,10). El tiempo santo es, en definitiva, el día en el cual se realiza el éxodo salvífico del Señor y se renueva la comunión con él, Dios vivo, en la experiencia de su amor y de su misericordia (cfr.

Is 61,10-11). En conclusión, todo aquello que por extensión es llamado “santo” se debe leer con la clara conciencia de que el Señor es el único “santo”, y debe dar paso a la comprensión del misterio de Dios como amor que se comunica haciéndose continuamente “presencia” de salvación en la historia de su pueblo.

Nuevo Testamento: Jesús revelador de la santidad de Dios Padre En relación con el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento presenta una nueva significación en torno de la santidad, y permite su comprensión plena a la luz de la experiencia pospascual. El vínculo importante con el Antiguo Testamento radica en la continuidad del reconocimiento de Dios como “santo”: “Santo, Santo, Santo, Señor, Dios todopoderoso.

Aquél que era, que es y que va a venir” (Ap 4,8). En el Nuevo Testamento Dios es el “Padre Santo” (Jn 17,11) que revela su gloria en la cruz y resurrección de su propio hijo. Bajo este aspecto, la santidad de Dios se presenta como el fundamento de la vocación cristiana y la motivación de su vida renovada: “Más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta” (1P 1,15-16).

La santidad de Dios se ha concretizado en la persona misma de su hijo, porque él lo ha revelado: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9b). Además, en Lucas, Jesús continúa diciendo: “Mi Padre me lo ha entregado todo, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10,22).

  • Y más adelante, en el texto a los hebreos, insiste en la interacción de Dios con la humanidad y cómo de manera particular se hace pleno en la persona de su hijo Jesús: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas.
  • En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo el universo” (Hb 1,1-2).

Lo anterior lleva a una afirmación teológica, asumida por la experiencia cristiana: Jesús es la plenitud de la revelación de Dios. Ahora bien, si Dios Padre le ha “entregado todo” a Jesús y éste lo ha manifestado a través de su obrar, también se puede llegar a afirmar que Dios lo hace partícipe de su santidad: “Por eso, el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios” (Lc 1,35b; cfr.1Jn 2,20).

La santidad de Jesús fue comprendida, asumida, testimoniada y puesta por escrito por los primeros cristianos 7, hasta el punto de que permiten caracterizarla, al menos en este espacio, como vocación personal y comunitaria, pero al mismo tiempo, como realidad que se expresa en el servicio, y certeza de hacer a través de ella la voluntad de Dios.

Quien ha hecho una opción por Jesús, está llamado a la santidad. Ser santo es una vocación (cfr. Rm 1,4; 1Co 1,2), y por tanto, toda la existencia del creyente se debe leer con la clara conciencia de ser elegidos “para ser santos e inmaculados” (Ef 1,4), y para ser “hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad” (Ef 1,5).

Dicha vocación es personal en cuanto es propia de cada uno, en el marco del plan salvífico de Dios; pero se vive en comunidad, ámbito privilegiado de la santidad. Sólo en la experiencia con el otro cobra sentido la vocación común a la santidad. La vocación comunitaria se exterioriza en el servicio, porque al seguir el ejemplo de Jesucristo (cfr.

Mt 20,28), el creyente no espera ser servido sino principalmente servir con generosidad y gratuidad a los demás. Si la santidad se caracteriza por ser vocación personal y comunitaria en actitud de servicio, ella es respuesta a la voluntad de Dios, tal como lo refiere Pablo a la comunidad de Tesalónica 8 : “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1Ts 4,3a) 9 y “el que hace la voluntad de Dios vive para siempre” (1 Jn 2,17).

.el encuentro de Dios con el hombre en la estructura de la existencia humana cuando el hombre pone en marcha su propia existencia: experimentando, conociendo, juzgando, deseando, decidiendo, actuando. O sea, desplegando el propio conocimiento. Esos seis actos son la interpretación en la vida cotidiana de la posición de Dios, o acción creadora de Dios = voluntad de Dios,10

Esto lleva a pensar que la voluntad de Dios es su acción creadora. Por eso, captar la revelación de Dios es sentir su acción creadora, que hace hombres nuevos desde dentro, al generar en ellos la actitud de asumir la santidad no como el fin último sino como el comienzo de un proceso de divinización, lo cual no quiere decir que se llegue a ser Dios; y eso lo logra el sujeto experimentando, conociendo, juzgando, deseando, decidiendo, actuando y desplegando su conocimiento desde lo propio de Dios, es decir, el servicio, “pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad” (1Ts 4,3-8).

Esto lo ha promulgado la Iglesia a lo largo de la historia y hoy se convierte nuevamente en una llamada universal a la santidad (cfr. Lumen Gentium, Nos.39-42). La santidad es en sí misma expresión del acontecer de la divinidad al interior de la persona que se abre a la acción transformadora del Espíritu del Resucitado.

En otras palabras, consiste en concretar, poner en práctica la plenitud del amor de Dios con actitud de servicio hacia el otro, en particular, hacia el excluido y marginado del escenario histórico de su propia realización humana. FE, AMOR Y ESPERANZA: VIRTUDES ESENCIALES DE LA EXISTENCIA CRISTIANA Desde lo etimológico, la virtud (del latín Virtus-utis ) se entiende como fuerza, vigor o valor.11 Inicialmente, una virtud es la fuerza, vigor o valor con la que cuenta el hombre para sortear cualquier situación propia de su condición humana.12 Ya en el plano de lo religioso, la virtud tiene más en relación con el hábito de ciertas prácticas conducentes a obtener un “alto grado de santidad”, o al menos disposición para la experiencia con lo divino.

En nuestro caso, la virtud está marcada por su acento cristiano. Por eso, una virtud cristiana es acogida, apertura, docilidad y fidelidad a la voluntad divina, y se logra en la medida en que se va asumiendo en serio el encuentro pleno, total y radical con el espíritu del Resucitado. Esto implica disposición humana y acción divina al interior de la persona, porque la virtud es don, gratuidad y generosidad por parte de Dios, que en su libertad “obra todo en todos” (1Co 12,6b).

La Biblia, tan rica en indicaciones concretas y en descripciones de actitudes virtuosas, carece de una terminología que exponga la noción universal contenida en la palabra “virtud”.13 Para la experiencia cristiana las virtudes son múltiples, pero a lo largo de su historia ha resaltado de manera particular tres: fe, amor y esperanza, en las que ve recogida y expresada la esencia de ser cristiano.

La fe, tal cual es presentada en el Antiguo Testamento 14, relaciona dos realidades: la promesa-cumplida y la fidelidad de Dios a esa promesa (cfr. Gn 15,6). En consecuencia, Dios es para Israel el Dios fiel a la promesa y a la alianza (cfr.1S 25,28; 2S 23,5; 1Cro 17,23; 2Cro 1,9; 6,17). Por esto, la fe es la fidelidad a las promesas de Dios, como es el caso de Abrahán y Moisés, por citar sólo dos de ellos: “Abrahán fue padre de pueblos numerosos; no manchó su honor.

Cumplió las órdenes del altísimo e hizo una alianza. En su propio cuerpo marcó la señal de la alianza, y cuando Dios lo puso a prueba, se mostró fiel” (Si 44, 19-20), “Moisés. Por ser fiel y humilde, Dios lo escogió entre los demás hombres” (Si 45, 4).

  • Para el Nuevo Testamento, la fe es el resultado del encuentro con Jesús, el crucificado, muerto y glorificado (cfr.1Co 15, 4).
  • La resurrección de Jesús se convirtió en el centro de la vida cristiana: “Y si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale nada, ni tampoco vale para nada la fe que ustedes tienen” (cfr.1Co 15, 14).
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Además, Pablo tiene conciencia de que la fe proviene de Dios y no de los hombres (cfr.1Co 2,5), y de que es el resultado de un proceso de madurez (cfr.1Co 2,6) de quienes han seguido y reconocido a Jesús como el camino (cfr. Jn 14,6); camino que los hace discípulos (cfr.

Hch 9,1-43) porque han pasado de la información (cfr. Hch 24,22) somera del camino, a la formación en el camino (cfr. Hch 18,25), de la formación a la profundización en el camino (cfr. Hch 18,26) y de la profundización a un encuentro radical con el camino: Jesucristo (cfr. Hch 9,27). Por eso, la fe es la respuesta libre y voluntaria que da la persona después de haberse encontrado desde sí mismo con el espíritu del Resucitado; pero también es un don, un regalo de Dios y se funda en él: “Para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios” (1Co 2,5).

La fe y el amor son realidades inseparables. De ahí que Pablo recuerde que la fe actúa por el amor (cfr. Ga 5,6b). Además, la primera de Pedro acentúa la práctica de un amor sincero y puro: “Habéis purificado vuestras almas, obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros sinceramente como hermanos.

Amaos intensamente unos a otros con corazón puro” (1P 1,22). El abordaje de la realidad del amor implica establecer con claridad la relación del amor de Dios al hombre, el amor del hombre a Dios y el amor del hombre al hombre.15 El amor de Dios al hombre se ha concretado en manifestaciones históricas que se caracterizan fundamentalmente por su fidelidad: “Yahvéh os ama y es fiel al juramento que hizo a vuestros padres” (cfr.

Dt 7,7; Jr 12,7-9; Is 54,5-8; Os 11,1). Además, el amor de Yahvéh es misericordioso en cuanto salva y perdona (cfr. Dt 23,5; Is 43,25; Sal 86,5; Is 63,9; Os 14,4; 11-7-9). Ya en el Nuevo Testamento, el amor de Dios al hombre se concreta en su hijo Jesús, quien en, por y para el amor revela el rostro de Dios-amor.

  1. Diversos pasajes bíblicos muestran el amor del hombre hacia Dios, que es respuesta a diversas circunstancias históricas vividas y asumidas por el mismo hombre: “Amo a Yahvéh, porque ha oído mi voz y mis súplicas” (Sal 116,1).
  2. Amar a Dios es servirlo, es guardar sus mandamientos (cfr.
  3. Ex 20,6; Dt 5,10; 7,9; 11,1; 1R 3,3; Dn 9,4).

También en el Nuevo Testamento el amor del hombre a Dios es una respuesta al amor liberador de Dios, manifestado en su hijo Jesús, porque su amor se expresa en acogida y en perdón, en sanación y en liberación, en fortalecer al desvalido y en reestablecer la dignidad a las viudas y huérfanos.

El amor de Dios a los hombres: “Él ama, y este amor suyo puede ser calificado sin duda como eros que, no obstante, es también totalmente ágape ” 16 ; y el amor de los hombres hacia Dios no tiene sentido si no hay amor al prójimo. Esto ya es muy claro en el Antiguo Testamento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,17); pero también se incluye el amor al enemigo (cfr.

Ex 23,4) y al forastero (cfr. Ex 23,9). De igual manera, Jesús en el Nuevo Testamento, hace suyos los dos mandamientos principales: “Amar a Dios y al prójimo” (cfr. Mc 12,28; Mt 22,34; Lc 10,25-27). En pocas palabras, el amor al prójimo se traduce como servicio a Dios en una obediencia renovada a su voluntad, de servicio al hombre, principalmente en la ayuda inmediata cuando la ocasión se presenta (cfr.

Conocemos lo que es el amor porque Jesucristo dio su vida por nosotros; así también, nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Pues si uno es rico y ve que su hermano necesita ayuda, pero no se la da, ¿cómo puede tener amor de Dios en su corazón? Hijitos míos, que nuestro amor no sea solamente de palabra, sino que se demuestre con hechos. (1Jn 3,16-18)

De ahí que el obrar cristiano “se cualifica y encuentra su centro en el ágape, es decir, en una donación sincera, intensa, perseverante y acogedora, entendida bien como participación en el amor de Dios, bien como seguimiento de la persona de Cristo, que se mostró como caridad viva en sus gestos consignados en el Evangelio (Jn 13,15; 1 Co 11,1; Ef 4,32-52; 1P 2,1)”.17 La Biblia no conoce una fe sin amor, porque no es posible una fe en Dios -que es la fuente del amor (cfr.1Jn 4,7)- sin amar al otro, imagen y semejanza de Dios; y no es posible amar al prójimo sin esperar para él y con él aquello que se espera.

.no es simplemente reaccionar con benevolencia a lo ya dado, sino recrear, hacer nueva la situación de los hombres, teniendo en cuenta las causas concretas de deshumanización de lo ya dado. A los deshumanizados por ser objeto pasivo de la opresión, devolviéndole la dignidad, la esperanza y las condiciones humanas de vida. A los deshumanizados por ser sujetos activos de la opresión, exigiéndoles la conversión que les devuelva su dignidad perdida.18

La fe en Jesucristo, el crucificado, glorioso y exaltado, nacido de una mujer al llegar la plenitud de los tiempos (cfr. Ga 4,4), y el amor al otro, no sólo permite al creyente reconocerse como hijo en el Hijo, sino también le proporciona la esperanza 19 de participar de la herencia y de la gloria de Dios, tal como lo refieren los siguientes textos: “De modo que ya no eres esclavo, sino hijo de Dios; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios” (Ga 4,7).

“Por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en el cual nos hallamos, y nos glorificamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rm 5,2). Ser “herederos” de Dios y partícipes de su gloria es también otra realidad dinamizadora de la experiencia cristiana. Porque para poder vivir es necesario un porvenir, por más incierto y sombrío que a veces sea.

Pero tener un porvenir es tener una esperanza. La esperanza pertenece a la vida. Lo que aún no existe, condiciona en amplia escala lo que está sucediendo. Así, las cosas que se esperan y cómo se esperan constituyen una parte de lo que se es. Para la Biblia, la esperanza siempre será buena y favorable.

  1. Esperar es aprehender en la fe una promesa de vida y de salvación.
  2. Tener una esperanza es tener un porvenir que, si bien puede traer consigo tribulaciones, siempre será bueno: “Sólo que esperar lo que ya se está viendo no es esperanza, pues, ¿quién espera lo que ya está viendo?” Lo específico de la esperanza bíblica consiste en que no depende del hombre sino de Dios, pero no se realiza sin él (cfr.

Jr 17,5; Job 31,24; 11,20; Ez 33,13; Jr 7,4). La esperanza es un don de Dios, y él la ofrece a pesar de toda desesperanza humana (cfr. Rm 4,18), porque es su garante: “Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado” (Rm 5,5).

  1. Hay que recordar que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento la esperanza es en sí la misma; lo que es diferente es quizás la situación particular de cada uno respecto de la única esperanza.
  2. El Antiguo Testamento espera de aquel que ha de venir.
  3. Ahí la esperanza es, de modo general, la espera llena de confianza en la protección y bendición de Yahvéh garantizada por las promesa de la alianza, en estrecha vinculación con la fe.

Por su parte, el Nuevo Testamento espera de aquel que ha venido y que volverá. Por eso, el tiempo de la esperanza siempre es también tiempo de vigilia (cfr. Mc 13,33-37). La espera vigilante del creyente se vive, celebra y actualiza en comunidad, como espacio privilegiado de la esperanza.

.componente esencial de ese todo que se llama Evangelio, cuya realidad histórica es la existencia cristiana en la comunidad, es un don, que consiste en el Resucitado mismo dándosenos por su Espíritu y que nos hace capaces de superar con paciencia toda resistencia que se oponga a nuestra autotrascendencia o al amor incondicional al “otro”.20

La fe, el amor y la esperanza son inseparables: no se da una sin la otra, porque es en la fe donde la esperanza encuentra su seguridad: “Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera” (Hb 11,1); y en la esperanza es donde la fe encuentra su alegría y su paz: “Que Dios, que da esperanza, los llene de alegría y paz a ustedes que tienen fe en él, y les dé abundante esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Rm 15,13).

Entre la fe la esperanza está el amor como eje transversal que anima el hoy de la fe y prepara la esperanza. En últimas, entre la fe, el amor y la esperanza hay una unidad sin confusión, de manera que cada una de ellas está garantizada por las otras dos. Por la fe, Dios otorga un oído y corazón nuevos para comprender; con la esperanza Dios da una manera nueva de dirigir la vida indicando el sentido y fin de la existencia terrena y del amor, que también es don suyo; es la nueva manera de caminar en la fe y la esperanza que permite ser servidores desinteresados y generosos con el otro.

Porque el Resucitado, por su espíritu, “es quien realmente produce la fe actuada por el amor y permanentemente resistente por la paciencia de la esperanza”.21 Todo lo anterior permite asumir que la fe, el amor y la esperanza sean las virtudes esenciales de la existencia cristiana, porque “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.22 MARÍA, MUJER Y MADRE DISCIPULA DESDE LA PERSPECTIVA DE LA FE, EL AMOR Y LA ESPERANZA La fe, el amor y la esperanza son virtudes inherentes a la existencia de María, porque ella -mujer, madre, discípula y misionera- es el testimonio fiel de estas tres virtudes esenciales de la vida cristiana.

  • María y las virtudes esenciales de la experiencia cristiana Para algunos, María se encuentra muy distante, tanto en tiempo como en espacio, a la hora de indagar por sus virtudes.
  • Según ellos, no se puede afirmar nada seguro desde el punto de vista histórico sobre María.23 No obstante, debemos recordarles que los textos bíblicos alusivos a María no fueron escritos en función de su biografía sino -por el contrario- son testimonio de la experiencia de la primera comunidad cristiana en torno de la madre de su Salvador, de lo que han visto y oído, así como de lo que han contemplado.

A través de las referencias a Jesús y a la situación histórica que le rodeó, se puede hacer un acercamiento a la figura histórica de su madre, sin caer en la descripción pormenorizada de actividades personales, domésticas o quizás familiares de María.24 Antes bien, el creyente se puede acercar a la persona histórica de María de Nazareth aceptando la significativa presencia de una mujer, madre y discípula dentro de la historia de la salvación.

Fe La Iglesia vive de fe, reconociendo en “la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1,45) la expresión primera y perfecta de su fe. En este itinerario de confiado abandono en el Señor, la Virgen precede a los discípulos, aceptando la Palabra divina en un continuo crescendo, que abarca todas las etapas de su vida y se extiende también a la misión de la Iglesia. Su ejemplo anima al pueblo de Dios a practicar su fe, y a profundizar y desarrollar su contenido, conservando y meditando en su corazón los acontecimientos de la salvación.

Amor En María, la Iglesia reconoce el modelo de su caridad. Contemplando la situación de la primera comunidad cristiana, descubrimos que la unanimidad de los corazones, que se manifestó en la espera de Pentecostés, está asociada a la presencia de la Virgen santísima (cfr. Hch 1,14). Precisamente gracias a la caridad irradiante de María es posible conservar en todo tiempo dentro de la Iglesia la concordia y el amor fraterno. Esperanza María se convierte, así mismo, en modelo de esperanza para la Iglesia. Al escuchar el mensaje del ángel, la Virgen orienta primeramente su esperanza hacia el Reino sin fin, que Jesús fue enviado a establecer. Ella es, por consiguiente, para la comunidad de los creyentes y para cada uno de los cristianos la madre de la esperanza, que estimula y guía a sus hijos a la espera del Reino, sosteniéndolos en las pruebas diarias y en medio de las vicisitudes, algunas trágicas, de la historia.28

Junto con los aportes de Juan Pablo II, no podemos olvidar que la fe es también apertura y respuesta a la revelación de Dios. María es la mujer, madre y discípula de la fe, porque ella se abrió y respondió a la revelación de Dios, convirtiéndose así en prototipo de creyente que ha creído en el cumplimiento de las promesas hechas por Dios (cfr.

Lc 1,39-56): porque “tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera” (Hb 11,1). De ahí que “María es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe. Ella es la creyente en quien resplandece la fe como don, apertura, respuesta y fidelidad. Es la perfecta discípula que se abre a la Palabra y se deja penetrar por su dinamismo” (Puebla 296).

María no sólo creía sino también guardaba en su corazón todas las manifestaciones de Dios, con clara conciencia de su presente salvífico (cfr. Lc 2,19.51), tanto en su vida personal como en la vida de la comunidad: “.la fe de María la impulsa a subir al Calvario y a asociarse a la cruz (.).

. María, con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos (.). Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre. Alcanzó, así, a estar al pie de la cruz en una comunión profunda, para entrar plenamente en el misterio de la Alianza. (Aparecida 266)

Ahora bien, si la fe “en el cristianismo primitivo, particularmente en Pablo, consiste en una integración de la totalidad de la persona con el Resucitado que vive en su interior por su espíritu y que no pone resistencia a la acción transformadora de ese mismo espíritu” 29, entonces, María se integró totalmente a la experiencia del Resucitado; ella es poseedora del espíritu del Resucitado (cfr.

Hch 2,4), y en actitud orante (cfr. Hch 1,12-14) continúa unida al espíritu del Resucitado. Por eso, María es para el creyente la “madre educadora de la fe y la pedagoga del Evangelio”: “Mientras peregrinamos, María será la madre educadora de la fe. Cuida de que el Evangelio nos penetre, conforme nuestra vida diaria y produzca frutos de santidad.

Ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en América Latina” (Puebla, 290). María es madre educadora de la fe porque toda su vida fue un acto de ofrenda, obediencia y confianza. De ahí que el padre Carlos Guillermo Álvarez Gutiérrez, CJM, al estudiar a María en el Evangelio de Lucas, llega a afirmar:

Esta fe de María es, ante todo un acto de ofrenda: “Héme aquí.” Ofrenda de su ser a Dios, disponibilidad total para el plan de Dios; un acto de obediencia: “Yo soy la Servidora del Señor.” Entra en el plan de Dios; acepta su vocación no como un honor o una gloria, sino como un servicio que presta a Dios; un acto de confianza: “Hágase en mí según tu palabra”(.) Se entrega totalmente en las manos del Señor. Ella quiere “hacer en su vida la palabra y la voluntad de Dios, como todo buen discípulo”.30

La acción transformadora del Resucitado que acontece en el creyente se concreta en la dinámica del amor, porque el amor es la apertura y entrega total al otro. Por ello, María, quien vivió en, por y para el amor, muy probablemente haya asumido en su vida terrena el “himno del amor” propuesto por Pablo:

La caridad es paciente, es amable; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. (1Co 13,4-7)

Además, María -al pie de la cruz de su hijo Jesús (cfr. Jn 19,25-27)- testimonia su constante donación de Madre, que en la dinámica del servicio es la kénosis total de aquella que por amor acompaña en todo momento, inclusive en los momentos más difíciles de la existencia humana. María hace del amor -más allá del mero sentimiento- un estado permanente de autotrascendencia. De ahí que

.el amor es el estado permanente del cristiano, o la autotrascendencia de la esperanza en función del “otro” por encima de todas las adversidades que nos vienen y por encima de nuestras tendencias egoístas que nos impulsan a encerrarnos dentro de los límites de nuestra propia finitud.31

Dado esto,

La virgen María se hizo sierva del Señor. La Escritura la muestra como la que, yendo a servir a Isabel en la circunstancia del parto, le hace el servicio mucho mayor de anunciarle el Evangelio con las palabras del Magnificat. En Caná está atenta a las necesidades de la fiesta y su intercesión provoca la fe de los discípulos que “creyeron en él (Jn 2,11). Todo su servicio a los hombres es abrirlos al Evangelio e invitarlos a su obediencia: “Haced lo que él os diga” (Jn 3,5). (Puebla 300)

Finalmente, el amor sostiene la esperanza: “Tener amor es. esperarlo todo ” (1Co 13,7), porque si la esperanza jalona un devenir histórico-salvífico pleno para la humanidad, María, a pesar de las palabras de Simeón -“pero todo esto va a ser para ti una espada que atraviese tu corazón” (cfr.

Lc 2,35b)-permanece con la certeza del cumplimiento de las promesas hechas por Dios: Jesús traerá la liberación para su pueblo (cfr. Lc 2, 38); más aún, “llevará la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la libertad a los presos y dar la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos, a anunciar el año favorable del Señor” (Lc,418-19).

Pero la esperanza de María no se reduce a un acontecimiento meramente histórico. María esperaba cosas mejores y conducentes a la salvación plena y definitiva (cfr. Hb 6,9): “Con ella, providencialmente unida a la plenitud de los tiempos (cfr. Ga 4,49), llega a cumplimiento la esperanza de los pobres y el deseo de salvación” (Aparecida 267).

De ahí que el amor vaya unido a la paciencia de la esperanza; porque la “paciencia es no cansarnos de amar, y para ello, nos apoyamos en el poder gratuito del espíritu del Resucitado que subsiste en nosotros mismos y nos hace capaces de la paciencia de la esperanza”.32 Estas virtudes esenciales de la existencia cristiana 33 permiten continuar generando en los corazones de cada uno de los hombres un compromiso radical con el otro, en particular, con el excluido, que se convierte en víctima de los sistemas económicos, políticos y sociales reinantes en el mundo entero.

¿Cómo asumir, siguiendo el ejemplo de María, las virtudes fe, amor y esperanza? Las virtudes se pueden vivir, como las vivió María, en un proceso de discipulado, es decir, de seguimiento. Esta es una propuesta eminentemente cristológica, pues no se puede olvidar que María está presente en el misterio de Cristo (cfr.

.por medio de María, Dios se hizo carne, entró a formar parte de un pueblo, constituyó el centro de la historia. Ella es el punto de enlace del cielo con la tierra. Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista. (Puebla 301)

La propuesta que a continuación presento implica cinco momentos articuladores de un mismo proceso: inmersión, saturación, revestimiento, identificación y compromiso social, porque ser discípulos seguidores consiste en “ir detrás” de Jesús, compartir su estilo de vida, ser llamados a abrazar su misión y a compartir su destino.34 Para ello, debemos asumir un proceso de inmersión, saturación, revestimiento, identificación y un compromiso social.

La inmersión es la invitación que se tiene para participar en la experiencia del Resucitado, es decir, es la tarea de vivir en, por y para Dios en unión con Cristo Jesús (cfr. Rm 6,1-11), bajo la animación de su Espíritu que santifica y anima los procesos de fe del creyente. Para ello, se necesita sentirse saturado del mismo Espíritu de Cristo (cfr.

Rm 8,9-11), porque “el que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece” (Rm 8,9). De ahí que el creyente está llamado a “transparentar” al Espíritu, en otras palabras, a testimoniar sus frutos: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia” (Ga 5,22-23), porque es el Espíritu quien da vida y vida abundante para que cada cual se revista del Señor Jesucristo, y no busque satisfacer los malos deseos de la naturaleza humana (Rm 13,11-14).

  1. Dados los momentos de inmersión, saturación y revestimiento, se debe pasar a un cuarto momento: la identificación con Cristo, que no es otra cosa que apropiarse de sus propios sentimientos: renuncia, humildad, obediencia y servicio (cfr.
  2. Flp 2, 5-8).
  3. Finalmente, y como expresión de los cuatro momentos, aparece el quinto, el compromiso social, porque no se entiende una experiencia de fe si no asume lo propio de Jesús, el servicio.

Este servicio se concretiza en la propuesta del Reino-reinado de Dios, que no es otra cosa que vivir en “justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo. El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por los hombres” (cfr. Rm 14, 17-18). Este es el discipulado que vivió María, y se propone como camino a seguir para los creyentes, por ser ella mujer, madre y discípula por excelencia, que cumple la voluntad de Dios (cfr. Mc 3,31-35) en sintonía con su entorno social, económico y político sin olvidar que en “María, nos encontramos con Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo, como así mismo con los hermanos” (Aparecida 267).

El creyente y su entorno social Los pueblos están viviendo una rápida y profunda transformación cultural, política, económica, social y eclesial que afecta directa e indirectamente a toda la humanidad. De ahí que el cristiano, llamado a la santidad, es decir, a la apertura, acogida y fidelidad a la voluntad de Dios a través de la fe, el amor y la esperanza, tiene la tarea de hacer de los gozos y las esperanzas, de las tristeza y angustias de todos los hombres, sus propios gozos y esperanzas, sus propias tristezas y angustias como discípulo de Cristo (cfr.

Gaudium et spes 1). Además, es impensable ser auténticos ciudadanos, y más aún, creyentes, viviendo al margen de la realidad económica, política y social, que en muchos casos se desarrolla aislada de los principios y valores del Evangelio. De ahí la urgente y necesaria respuesta comprometida de todos y cada uno de los miembros de la sociedad de

.discernir las interpelaciones de Dios en los signos de los tiempos, a dar testimonio, a anunciar y a promover los valores evangélicos de la comunión y de la participación, a denunciar todo lo que en nuestra sociedad va contra la filiación que tiene su origen en Dios Padre y de la fraternidad en Cristo Jesús (.) La Iglesia pide a todos los cristianos que colaboren en el cambio de las estructuras injustas; comuniquen valores cristianos a la cultura global en que viven y, conscientes de los adelantos obtenidos, cobren ánimo para seguir contribuyendo a perfeccionarlos. (Puebla 15-16)

Por eso, el cristiano tiene que vivir una fe, un amor y una esperanza liberadora y santificante, sobre todo, para su ambiente inmediato, porque la santidad

.no es una prenda de vestir que se pueda colgar de un clavo cuando se entre en la vida económica y profesional. Es una parte constitutiva de la personalidad y, por consiguiente, encuentra de manera inevitable la expresión propia en la actividad cultural, económica y política. La santidad verdadera ilumina en primer lugar las relaciones interhumanas, las sana, establece un clima redimido, pero después influye también en las estructuras sociales, culturales y políticas.35

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De ahí que para la Iglesia reunida en Aparecida, Brasil 36, el cristiano debe ser “fiel al amor” (cfr. Aparecida 127), para poder dar “frutos de amor” (cfr. Aparecida 133) y a su vez, fermento de transformación social para hacer de Latinoamérica y el Caribe, el “continente del amor” (cfr.

. la figura de María, discípula por excelencia entre los discípulos, es fundamental en la recuperación de la identidad de la mujer y de su valor en la Iglesia. El canto del Magníficat muestra a María como mujer capaz de comprometerse con su realidad y de tener una voz profética ante ella. (Aparecida 451)

CONCLUSIÓN Los nuevos escenarios mundial, nacional y local, con sus “luces y sombras”, exigen del creyente un compromiso social, económico, político y religioso acorde con su experiencia de Dios, que debe tener como cimiento las virtudes de la fe, el amor y la esperanza, como las asumió María: con la clara conciencia de su unidad y como expresión de ser ellas la esencia de la vida cristiana.

. el amor es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final dios sea “todo para todos”. (Cfr.1Co 15,28) 38

Finalmente, una devoción mariana es aquella que entiende y asume a María como modelo de mujer, madre, “discípula y evangelizadora por su testimonio de oración, de escucha de la Palabra de Dios y de pronta y fiel disponibilidad al servicio del Reino hasta la cruz” (Santo Domingo 15), así como modelo y paradigma de humanidad, como también artífice de comunión: “.Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos.” (Aparecida 268).

De esta forma, María trasciende la historia para hacerse historia viva en el corazón de cada uno de nosotros, porque ella “se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente” (Aparecida 269).

De ahí la necesidad de exclamar en el día a día: “Bajo tu protección y tu misericordia, oh Theotókos, nos refugiamos. No rechaces las peticiones que te dirigimos en nuestras tribulaciones, sino sálvanos del peligro, oh sola casta y bendita.” 39 Finalmente, debemos hacer nuestra la plegaria mariana del papa Benedicto XVI: “Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo.

Indícanos el camino hacia su Reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.” 40 PIE DE PÁGINA 1 Álvarez, María. Discípula de Jesús y mensajera del Evangelio, 60.2 Para mayor profundización sobre las diversas expresiones religiosas, se puede consultar, entre otras, las siguientes referencias bibliográficas: Douglas Allen, Mircea Eliade y el fenómeno religioso (Madrid: Cristiandad, 1985); Francesca Brezze, Las grandes religiones (Bogotá: Norma, 1997); M.

Dhavamony, Teologías de las religiones (Madrid: San Pablo, 1998); Carlos Manual Díaz, De historia de las religiones (Bilbao: Desclée De Brouwer, 2004, 5a. ed.); A. Fierro, El hecho religioso (Madrid: Salvat, 1981); Carlos Gispert, Religiones del mundo (Barcelona: Océano, 2004); Raimundo Panikar, Religión y religiones (Madrid: Gredos, 1986); Jabier Pikaza, Experiencia religiosa y cristianismo (Salamanca: Sígueme, 1997); Francisco Sanpedro Nieto y Juan Daniel Escobar Soriano, Las sectas: Análisis desde América Latina (Bogotá: Celam, 2003).3 Odasso, “Santidad”, 1779.4 Un estudio detallado sobre el término desde lo lingüístico, es decir, teniendo en cuenta lo fonológico, sintáctico y semántico lo ofrece H.P.

Müller, “Santo”, en Diccionario teológico manual del Antiguo Testamento (Madrid: Cristiandad, 1985. Tomo II, 741-768).5 Odasso, “Santidad”, 1779-1788.6 Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia, 122.7 Una clara muestra de ello son la comunidad mateana y lucana. Así lo afirma el padre Carlos Guillermo Álvarez Gutiérrez, CJM: “Por mis estudios de Biblia, yo creo que el reto de Lv.19,2 (‘Sean santos porque yo, el Señor, soy Santo’) se vive en las comunidades de Mateo y Lucas de modo diferente: como ‘perfección’ e integridad de vida, en Mateo (Mt 5,48), o como ‘misericordia con los otros’, en Lucas (Lc 6,36).

De este modo, el discípulo perfecto es santo (Mt) o el discípulo misericordioso es santo (Lc). Son dos comunidades diferentes, la una hebrea y la otra griega, pero nos ofrecen dos estilo o maneras de vivir la vocación a la santidad.” 8 En Hechos de los Apóstoles se puede ver con claridad a Pablo, Silvano y Timoteo fundando la Iglesia de Tesalónica (cfr.

Hch 17,1-8), aproximadamente en el año 50-51, en su segundo viaje. Las reacciones violentas de la comunidad judía les obligaron a abandonar la ciudad y dirigirse a Berea (cfr. Hch 17,10ss). Esta salida no consiguió que cesara la persecución en Tesalónica (cfr.1Ts 2,14).9 No se trata aquí de hacer un estudio pormenorizado del texto, contexto e interpretaciones de la primea Carta a los Tesalonicenses.

El interés es tomar el versículo 3a del capítulo 4 con el fin de armar una reflexión en torno de la santidad; es decir, se trata de una lectura sincrónica de este versículo. Si desea hacer un estudio del texto en mención, se puede consultar, entre otras obras, las siguientes: Michel Trimaille, “La primera Carta a los Tesalonicenses”, en Cuadernos Bíblicos 39 (Estella-Madrid: Verbo Divino, 1982); Heinz Scürmann, Primera Carta a los Tesa-lonicenses (Barcelona: Herder, 1969).

“El versículo en cuestión se encuentra ubicado en la parte ‘parenética’ de la Carta, llamada así porque trata de las orientaciones morales de la vida comunitaria definidas por el apóstol en nombre de la fe cristiana.” (Trimaille, “La primera Carta”, 47) 10 Baena y Arango, Introducción al Antiguo Testamento e historia de Israel, 9.11 Real Academia de la Lengua Española, “Virtud”, en Diccionario de la lengua española (Madrid: Espasa Calpe, 2001, XXII ed.), 2306.12 Para profundizar la concepción de virtud, en la Antigüedad, Aristóteles y Platón; en la Edad Media, San Agustín y Santo Tomás; y en la Edad Moderna, por ejemplo, en Kant.

Consultar a José Mora Ferrater, “Virtud”, en Diccionario de filosofía (Barcelona: Ariel, 2001), 3704-3708.13 Efectivamente, falta en hebreo un término que corresponde al griego areté. Los sentidos griegos que son muy numerosos -excelencia, coraje, valor militar, mérito, felicidad, prosperidad- no van de la mano con el pensamiento bíblico.14 Un estudio significativo sobre el vocabulario y sentido teológico del término fe, se encuentra en el Diccionario enciclopédico de la Biblia (Varios autores, “Fe”, en Diccionario enciclopédico de la Biblia (Barcelona: Herder, 1993), 605-621.15 Bonnard, “Amor”, 28-31.16 Benedicto XVI, Dios es amor, 21.17 Marconcini, “Obras”, 1319.18 Sobrino, Resurrección, 123-124.19 Un reciente estudio sobre la esperanza en San Pablo lo realiza el padre Gustavo Baena Bustamante, S.J., quien propone distinguir cuatro esquemas a la hora de hablar de la esperanza en las cartas paulinas, que si bien son diferentes, tienen contornos comunes.

  1. El primero, Rm 15,4; el segundo, Rm 5,3; el tercero, Ga 5,5; el cuarto, 1Ts 1,3-5.
  2. Rm 15,4: La esperanza es efecto de la paciencia y el consuelo que dan las escrituras: fueron siempre interpretadas del modo de obrar de Yahvéh en su pueblo palpado y constatado como protección exclusiva de Yahveh con Israel.

– Rm 5,3: La esperanza aparece nuevamente como un efecto de la paciencia y su fundamento; es el amor de Dios ya dado al creyente. – Ga 5,5: La esperanza es el resultado de la fe, en cuanto ámbito de acogida de la acción del Espíritu Santo. – 1Ts 1,3-5: Este texto es el punto de partida y el fundamento teológico de los anteriores, porque no sólo allí la fe, la esperanza y la caridad constituyen expresamente la esencia de la existencia cristiana, sino porque da razón de la cusa que da origen a esta triada, a saber: el espíritu del Resucitado que actúa en el Evangelio En relación con este último texto, afirma el padre Baena que el eje teológico de la primera Carta a los Tesalonicenses es la elección por medio del Evangelio; por ende, su armazón interna está constituida por tres palabras: fe, amor y esperanza.

  • Cada una de ellas preside en forma regular dos de las seis secciones que conforman la Carta, así: La fe (1,2-2,16 y 2,17,3,13); el amor (4,1-12 y 5,12-24) y la “paciencia de la esperanza” (4,13-18 y 5,1-11). Cfr.
  • Baena, “La esperanza en la vida cristiana.
  • Dimensión bíblica”, 209-226.20 Baena, “La esperanza”, 222.21 Ibid, 219.22 Benedicto XVI, Dios es amor, 5.23 “Se trata de aceptar, sin ningún temor a devaluar el mensaje evangélico, que esos datos narrativos no tienen como intencionalidad primera dejar constancia de unos acontecimientos históricos sino una experiencia viva de a actuación salvífica de Dios dentro de la historia.” (León Martín, “María de Nazareth, ¿mujer histórica o historia de una mujer?”) 24 Se puede profundizar algunos aspectos históricos de María.

Por ejemplo, asuntos relacionados con su familia: cfr. José Cristo Rey García Paredes, “La madre de un judío marginal”, en Mariología (Madrid: BAC, 1995), 7-31; su entorno socio-cultural: cfr.A. Puig I Tarrech, “El entorno de María, en Ephemerides Mariologicae (Madrid: 2005), Vol LV, 209-221; su muerte: cfr.

  • Joseph Gil I.
  • Ribas, “La muerte de María”, en Ephemerides Mariologicae (Madrid: 2005), Vol LV, 193-207; María, ¿mujer histórica o historia de una mujer? Cfr.
  • Trinidad León Martín, “María de Nazaret, ¿mujer histórica o historia de una mujer?” En Ephemerides Mariologicae (Madrid: 2005), Vol LV, 223-245; la mujer en tiempos de María: cfr.

Antonio Rodríguez Carmona, “La mujer en tiempos de María de Nazaret” En Ephemerides Mariologicae (Madrid: 2005), Vol LV, 247-268; personalidad de María: cfr. Juan. María Arias, Esa gran desconocida (Madrid: Maeva, 2005).25 Para mayor profundización: A.

  1. Aparicio, María del Evangelio.
  2. Las primeras generaciones cristianas hablan de María; R.E.
  3. Brown, María en el Nuevo Testamento; C.
  4. Pozo, María Nueva Eva,
  5. Ver Bibliografía.26 Particularmente en la constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, capítulo VIII: “La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia.” 27 El Nuevo Testamento ofrece un listado de otras virtudes que deben ser practicadas por el cristiano (cfr.2Co 5,6-8; Col 3,12; Ef 4,2 y 5,9; Ga 5,22; 1Tm 4,12 y 6,11; 2P 1,5-7).28 Juan Pablo II, “La Virgen María, modelo de santidad de la Iglesia”, 227.29 Baena, La esperanza en la vida cristiana, 219.30 Álvarez, María.

Discípula de Jesús y mensajera del Evangelio, 63.31 Baena, La esperanza en la vida cristiana, 220.32 Ibid., 220-221.33 Además de la fe, la esperanza y la caridad, se habla también de las virtudes cardinales: prudencia (prudentia), justicia (iustitia), fortaleza (vis o fortitudo) y templanza (temperantia o moderatio).34 Para mayor profundización sobre este aspecto, se puede abordar el planteamiento de Santiago Guijarro Oporto.

Cfr. Guijarro, “Seguidores de Jesús y oyentes de la palabra”, 63-93.35 Guijarro, “Seguidores de Jesús y oyentes de la palabra”, 124.36 Me refiero a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, llevada a cabo en Aparecida, Brasil, en mayo de 2007.37 Jonson, Verdadera hermana nuestra, 123.38 Benedicto XVI, Dios es amor, 34.39 Oración a María encontrado en Egipto, en el siglo III.

(Papiro: John Ryland Library, Manchester. No.470, cfr. María VI, 571). Citado por Th. Koehler, “Historia de la mariología”, en Nuevo diccionario de mariología (Bogotá: San Pablo, 1998), 837.40 Benedicto XVI, En Esperanza fuimos salvados, 86. BIBLIOGRAFÍA Álvarez Gutiérrez, Carlos Guillermo.

  • María. Discípula de Jesús y mensajera del Evangelio.
  • Bogotá: CELAM, 2006.
  • Aparicio, Ángel.
  • María del Evangelio.
  • Las primeras generaciones cristianas hablan de María.
  • Madrid: Publicaciones Claretianas, 1994.
  • Arias, Juan. María.
  • Esa gran desconocida.
  • Madrid: Maeva, 2005.
  • Baena Bustamante, Gustavo.
  • La esperanza en la vida cristiana.

Dimensión bíblica.” Theologica Xaveriana Vol.55, No.2 (154) (2005): 209-226. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Teología. Baena, Gustavo, y Arango, José Roberto. Introducción al Antiguo Testamento e historia de Israel. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Teología, Colección Apuntes, 2004.

Bendera, Armando. Evangelización, justicia y santidad. Madrid: Studium, 1976. Benedicto XVI. Dios es amor. Bogotá: Paulinas, 2005. Benedicto XVI. En esperanza fuimos salvados. Bogotá: Paulinas, 2007. Bonnard, P. “Amor”, en Vocabulario bíblico, 28-31. Madrid: Marova, 1968. Brase, I. “Santo.” Diccionario teológico del Nuevo Testamento, 149-161.

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¿Qué es y cómo vivir en santidad?

La santidad, entonces, es aprender a tener en la vida cotidiana la misma vida de Cristo que se ha recibido ya en el bautismo y debe ser desarrollada a lo largo del día, de la vida. En particular, en la vida de familia, la santidad no sólo es un llamado, sino es posible y necesaria.

¿Qué significa la definición de santidad?

La santidad es el don de Dios que colma todas las aspiraciones humanas; es la plenitud de la vida cristiana que consiste en unirse a Cristo, aprendiendo a vivir como hijos de Dios con la gracia del Espíritu Santo y viviendo la perfección de la caridad.

¿Cuáles son las principales características de la santidad?

1-Una cualidad fundamental de Dios y de Su Espíritu.2-Una virtud indispensable de todo verdadero creyente.3-Un atributo de ciertos lugares, objetos, fechas o días.

¿Cómo se inicia la santidad?

En el Evangelio se encuentra la respuesta: «Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed santos como es santo vuestro Padre celestial».

Evangelio de San Mateo. Capítulo 5, versículos 46-48). Un santo es un luchador. San Josemaría Escrivá de Balaguer, proclamó desde los años treinta -con una fuerza inusitada- la llamada universal a la santidad, el mensaje de que el trabajo, la vida de familia y las relaciones sociales son caminos de santidad: «La meta que os propongo -mejor, la que nos señala Dios a todos- no es un espejismo o un ideal inalcanzable: podría relataros tantos ejemplos concretos de mujeres y hombres de la calle, como vosotros y como yo, que han encontrado a Jesús que pasa quasi in occulto por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han decidido a seguirle, abrazados con amor a la cruz de cada día» ( Amigos de Dios, 4 ).

«Santidad no significa exactamente otra cosa más que unión con Dios; a mayor intimidad con el Señor, más santidad» ( Amar a la Iglesia, 22). «Quizá alguno de vosotros piense que me estoy refiriendo exclusivamente a un sector de personas selectas. No os engañéis tan fácilmente, movidos por la cobardía o por la comodidad.

  • Sentid, en cambio, la urgencia divina de ser cada uno otro Cristo, ipse Christus, el mismo Cristo; en pocas palabras, la urgencia de que nuestra conducta discurra coherente con las normas de la fe, pues no es la nuestra -ésa que hemos de pretender- una santidad de segunda categoría, que no existe.
  • Y el principal requisito que se nos pide -bien conforme a nuestra naturaleza-, consiste en amar: la caridad es el vínculo de la perfección; caridad, que debemos practicar de acuerdo con los mandatos explícitos que el mismo Señor establece: amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, sin reservarnos nada.

En esto consiste la santidad» ( Amigos de Dios, 6). ¿Quiénes pueden ser santos? «La santidad es para todos y no sólo para unos cuantos privilegiados: no consiste en realizar unas gestas extraordinarias, sino en cumplir con amor los pequeños deberes de cada día.

  • ¿Quieres de verdad ser santo? -se lee en Camino – Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces.» Y añade en el punto 817: La santidad «grande» está en cumplir los «deberes pequeños» de cada instante».
  • «¡Cuántas cosas nuevas has descubierto! —Sin embargo, a veces eres un ingenuo, y piensas que has visto todo, que estás ya enterado de todo Luego, tocas con tus manos la riqueza única e insondable de los tesoros del Señor, que siempre te mostrará ‘cosas nuevas’, si tú respondes con amor y delicadeza: y entonces comprendes que estás al principio del camino, porque la santidad consiste en la identificación con Dios, con ese Dios nuestro, que es infinito, inagotable» ( Surco, 655).

Nos moriremos con defectos «La santidad está en la lucha, en saber que tenemos defectos y en tratar heroicamente de evitarlos. La santidad –insisto- está en superar esos defectos, pero nos moriremos con defectos: si no () seríamos unos soberbios» ( Forja, 312).

«La santidad se alcanza con el auxilio del Espíritu Santo -que viene a inhabitar en nuestras almas-, mediante la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una lucha ascética constante. Hijo mío, no nos hagamos ilusiones: tú y yo -no me cansaré de repetirlo- tendremos que pelear siempre, siempre, hasta el final de nuestra vida» ( Forja, 429).

«No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta, con humildad y con santa tozudez» ( Amigos de Dios, 131). Sois un gran motor espiritual «En mis conversaciones con tantos matrimonios, les insisto en que mientras vivan ellos y vivan también sus hijos, deben ayudarles a ser santos, sabiendo que en la tierra no seremos santos ninguno.

¿Cuál es la esencia de la santidad?

El Espíritu de santidad Algo hay en torno a la Navidad y el Año Nuevo que nos lleva a hacernos las grandes preguntas de la vida. Las reuniones familiares nos hacen recordar nuestros orígenes y el pasado personal y pensamos en aquellos que contribuyeron a formarnos como personas.

El solo hecho de escoger un regalo adecuado para un ser amado puede llevarnos a reflexionar más sobre nuestras relaciones, las muy buenas y las no tan buenas. Algunos pensamos en cómo ha sido nuestra vida, cómo es ahora y cómo será en el futuro, o mejor dicho, hacia donde vamos. A todos nos gusta pensar que vamos por el camino correcto, avanzando en el trabajo, con la familia y en la fe.

Todas estas reflexiones se reducen a tres preguntas esenciales: “¿Quién soy yo? ¿En qué clase de persona me estoy convirtiendo? ¿Qué tipo de persona quiero ser?” Y, si queremos explorar los fundamentos mismos de estas tres preguntas, nos encontraríamos con una cuestión aún más fundamental bajo la superficie: ¿Cómo puedo imitar mejor a Jesús? Esta es la pregunta que todos llevamos en el corazón, incluso aquellos que todavía no creen en él.

Todos queremos la paz, la alegría y el conocimiento del amor de Dios que Jesús tenía; todos queremos tener la misma actitud positiva que él demostraba y contribuir a edificar positivamente a otras personas, especialmente nuestros seres queridos. El inicio de un nuevo año es una ocasión propicia para explorar el camino de la santidad.

Por eso, meditaremos en cómo podemos avanzar por la senda de la santidad este año y cómo podemos valernos del amor y la sabiduría del Espíritu Santo para seguir esta senda. ¿Un objetivo poco realista? ¿Qué tipo de persona quiero ser? ¿Realmente puedo llegar a ser santo? Es posible que pensar que podemos llegar a ser santos nos parezca algo poco realista en un primer momento, o incluso arrogante, pues no solo vemos nuestras propias limitaciones, pecados y debilidades, pero vivimos en una sociedad que constantemente nos está instando a exigirnos lo menos posible.

  1. Se nos dice que la vida es demasiado difícil; que sería ilusorio tener tales esperanzas; que es mejor limitarse a sobrevivir o tratar de no meterse en problemas y dejar la santidad para los santos.
  2. Se nos dice que la vida es demasiado exigente, por lo que solo debemos preocuparnos de nosotros mismos y desentendernos de las necesidades y clamores de los pobres y los desamparados.

Pero la santidad no es algo que esté fuera de nuestro alcance, y tampoco es nada más que un sueño ilusorio. De hecho, la santidad es el corazón mismo de la vida cristiana. Jesús no vino a este mundo solo a perdonar los pecados; vino para hacer de nosotros una nueva creación.

Y asumió nuestra humanidad para darnos a todos el poder necesario para vivir en la práctica la santidad, la paz y la pureza que él demostró. Separados y consagrados. Pero ¿qué es la santidad? Hay muchas opiniones diferentes acerca de lo que significa ser santo. Algunos creen que significa llevar una vida piadosa y solemne todo el tiempo.

Otros se imaginan que es la habilidad de evangelizar a muchos o incluso realizar milagros. Otros más consideran que es mantener la alegría y la paz incluso en medio de grandes sufrimientos. Es posible que todos estos conceptos tengan elementos de la verdad, pero ninguno de ellos describe la esencia de la santidad.

En su sentido más profundo y fundamental, la santidad significa separarse del mundo para consagrarse a Dios. • Dios dijo a los israelitas: “Ustedes deben ser santos para conmigo, porque yo, el Señor, soy santo y los he distinguido de los demás pueblos para que sean míos” (Levítico 20, 26).• Les dijo que para ellos el sábado sería “un día sagrado” diferente de los demás días de la semana (Éxodo 35, 2).• También le dijo a Moisés: “Ve al pueblo y conságralos hoy y mañana, y que laven sus vestidos” (Éxodo 19, 10-11).• Con la misma idea, San Pablo exhortó a los cristianos de Roma diciéndoles: “No vivan ya según los criterios del tiempo presente” (Romanos 12, 2).• En la Plegaria Eucarística III de la santa Misa, la Iglesia reza al Padre diciendo: “Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti”

Estos pasajes y muchos otros nos dicen que no solo tenemos nosotros que separarnos del mundo, sino que Dios nos ha llamado a pertenecerle a él como propiedad suya. El Padre ya nos ha separado para sí mismo. Ahora él nos invita a vivir de una manera santa y nos pide que hagamos lo necesario para desprendernos del pecado y rechazar la tentación; quiere que seamos diferentes en la manera en que nos tratamos unos a otros, que nos demostremos amabilidad y cariño, ayudemos a los necesitados y perdonemos a cuantos nos ofenden o nos causan daño.

  • Pero lo más importante es que el Señor quiere que nos consagremos a él recibiendo su Espíritu Santo en el corazón, para que él nos transforme a la imagen de Jesús, “el Santo de Dios” (Juan 6, 69).
  • El Espíritu de santidad.
  • Bien, en eso consiste la santidad.
  • Pero, ¿qué hay que hacer para ser santo? Por un lado, la santidad es algo que podemos conseguir si nos dedicamos a hacerlo.

Por otro lado, es un regalo que el Espíritu Santo nos concede libremente. Nadie lo explica tan bien como San Pablo. En cualquier situación que tuviera que abordar, Pablo aconsejaba a sus lectores que fueran dóciles al Espíritu y se consagraran a buscar y conseguir la santidad.

  • Por ejemplo, Pablo fustigó a los cristianos de Colosas, que pensaban que precisaban hacer elaborados rituales paganos y dar culto a seres angélicos para llegar a ser santos.
  • No se dejen llevar” les dijo “por quienes los quieren engañar con teorías y argumentos falsos” (Colosenses 2, 8).
  • Estos creyentes habían sido renovados por el Espíritu Santo, y comenzaron su vida cristiana con gran confianza en el Señor; pero llegaron unos maestros falsos y los convencieron de que también tenían que observar ciertos festivales y restricciones dietéticas.
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En respuesta, Pablo los exhortó a mantener la mirada fija en Jesús, pues él los guiaría y los protegería (3, 1-2). A los creyentes de Éfeso, Pablo les dio un mensaje similar y oraba para que el Padre les concediera “el don espiritual de la sabiduría” para que “puedan conocer verdaderamente” lo maravilloso que es Jesús (v.

  1. Efesios 1, 17).
  2. El apóstol sabía que si ellos querían llegar a ser como Jesús, necesitaban que el Espíritu les revelara a la Persona de Cristo; tenían que pedirle al Espíritu la gracia necesaria para ser capaces de imitar al Señor.
  3. Lo mismo es válido para nosotros hoy: También necesitamos el Espíritu Santo; precisamos su gracia, su poder y su consolación para crecer en santidad.

El Espíritu Santo y todos los dones que él nos da es todo lo que necesitamos. La obra de la santidad. Entonces, ¿todo lo que tengo que hacer es escuchar al Espíritu? Bueno, no precisamente. Se ve que Pablo estaba convencido de que el Espíritu Santo puede librarnos del pecado y llenarnos del amor, el poder y el gozo de la divinidad; pero igualmente estaba convencido de que no todo depende del Espíritu, pues nosotros también tenemos algo que hacer.

  • Nadie llega a ser santo sin algún esfuerzo.
  • Por eso Pablo decía a sus lectores que no se dejaran dominar por el pecado (Romanos 6, 12), y que más bien tenían que “despojarse del viejo hombre” y “revestirse del Señor Jesucristo” (Efesios 4, 22; Romanos 13, 14).
  • Si nos fijamos más en lo que hacemos o no hacemos, encontraremos que, en nuestro propio ser, hay una curiosa mezcla de virtudes y defectos.

Tenemos el Espíritu Santo que habita en nuestro corazón; tenemos el pan de vida que nos alimenta, las Escrituras que nos enseñan y los santos que nos inspiran; tenemos además en la Iglesia una abundante tradición de oración y la promesa de perdón cuando confesamos nuestros pecados.

  1. Con todos estos dones y bendiciones parecería que debiéramos ser capaces de llevar una vida santa; pero sabemos que no siempre es fácil.
  2. Hay algo en nosotros que sigue tratando de convencernos de que no necesitamos realmente el Espíritu ni sus dones.
  3. Puede ser nuestra propia naturaleza caída, pueden ser las artimañas del diablo o incluso las filosofías de autosuficiencia que rondan por el mundo.

Por lo general suele ser una combinación de las tres cosas, ya que las tres actúan juntas para hacernos desviar del camino recto. Por todo esto, no podemos bajar la guardia y debemos ser vigilantes y renovar cada día nuestra decisión de trabajar con ahínco para cultivar la santidad.

  1. ¿Cómo? Dirigiendo la atención a Dios en la oración, y haciendo lo posible para mantener la pureza, evitar la tentación y permanecer cerca de Jesús.
  2. Si damos estos sencillos pasos, descubriremos que el Espíritu Santo nos llena de una alegría y una paz que sabemos que no provienen de nosotros mismos.
  3. Así estaremos mejor dispuestos a no cometer pecado y tendremos un mayor deseo de llevar a otras personas el amor y la generosidad de Cristo.

Sean santos. ¡Que alentador es saber que el Espíritu Santo quiere concedernos la bendición de la santidad, y que quiere ayudarnos a aceptar la invitación a esforzarnos día tras día para alcanzar la santidad! Lo bueno es que Dios nos ha dado la posibilidad de llegar a ser santos.

  • Para eso envió a su Hijo Jesús a morir por nuestros pecados y destruir la muerte y nos abrió la puerta para que llegáramos a su presencia.
  • Ahora los fieles podemos entrar por esa puerta cuando nos llenamos de su Espíritu; así podemos rechazar el pecado y convertirnos en reflejos del amor y la misericordia de Jesús.

Entonces, ¿qué tipo de personas quieres ser tú? ¿Qué tal un santo? : El Espíritu de santidad

¿Que nos quiere decir Juan 10 10?

3. (7-10) El verdadero pastor protege y promueve la vida; los pastores falsos quitan la vida. – Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas.

  1. Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.
  2. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.a.
  3. Yo soy la puerta de las ovejas : Jesús utilizó otra imagen de la crianza de ovejas de su tiempo.

En los pastizales para las ovejas, se hacían los rediles con una sola entrada, para mantener a las ovejas dentro y protegerlas de los lobos. El pastor en realidad era la puerta,i. “Pronunciadas principalmente para el hombre excomulgado, estas palabras transmiten la seguridad de que en vez de ser un marginado por su relación con Jesús en realidad había ganado entrada a la comunión con Dios y con todos los hombres buenos.” (Dods) b.

Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores : ladrón implica engaño y estafa; salteador implica violencia y destrucción. Estos quitan la vida pero Jesús da vida y la da en abundancia, Estos son los asaltantes y los estafadores del mundo espiritual.i. Alford ve a todos los que antes vinieron como en el caso de los líderes religiosos que en realidad fueron herramientas en las manos de Satanás – ya que Jesús les dijo a algunos de estos líderes religiosos que su padre en realidad era el diablo.

“Como los fariseos eran líderes ciegos, también son falsos pastores, y entran dentro de la categoría de los designados en Juan 10:8 ladrones y salteadores,” (Tasker) ii. “Jesús no dice que ellos “eran” sino que ‘son’ ladrones y salteadores. El énfasis es en su propio tiempo.” (Morris) iii.

  1. Manes (que se volvió hereje) hizo un argumento de este texto contra Moisés y los profetas, como que fueron antes de Cristo.
  2. Pero Austin le respondió, Moisés y los profetas no vinieron antes de Cristo, sino con Cristo.” (Trapp) iv.
  3. Klepthv, y lhsthv, el ladrón y el salteador, deben ser distinguidos apropiadamente; uno toma con sigilo y astucia ; el otro abiertamente y con violencia,

No sería difícil encontrar malos ministros que respondieran ante ambos personajes.” (Clarke) c. Pero no los oyeron las ovejas : Jesús parece decir que sus ovejas son evidentes porque no escuchan (siguen) la voz de los ladrones y los salteadores que vienen tras ellas.i.

  • Sin duda ellos asumieron autoridad sobre el pueblo de Dios y demandaron obediencia, pero los verdaderos hijos de Dios no encontraron en sus voces eso que los atrajo y los dirigió a los pastos.” (Dods) d.
  • Será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos : Jesús describió la vida establecida y satisfecha que disfrutaban sus ovejas, sobre las cuales ejerce sus cuidados de pastor.i.

Entrará, y saldrá : “Esta frase, en el estilo de los hebreos, señala a todas las acciones en la vida de un hombre, y la libertad que tiene de actuar y de no actuar.” (Clarke) ii. “‘Entrar y salir’ es la expresión común del Antiguo Testamento para denotar la libre actividad de la vida diaria.

  1. Jeremías 37:4, Salmos 121:8, Deuteronomio 28:6,” (Dods) e.
  2. Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia : Jesús dijo esto para contrastar sus cuidados pastorales con los de los infieles e ilegítimos líderes.
  3. Ellos vienen para hurtar y matar y destruir,
  4. Jesús viene para traer vida a su pueblo.i.

“La palabra griega para abundancia,’ perissos, tiene un significado matemático y generalmente denota un excedente La vida abundante está por encima de la vida feliz, en la cual nuestro contentamiento está basado en el hecho de que Dios es igual a cada emergencia y es capaz de suplir nuestras necesidades según sus riquezas y gloria en Cristo Jesús.” (Boice) · La vida abundante no es una vida particularmente larga.

· La vida abundante no es una vida fácil y cómoda. · La vida abundante es una vida de satisfacción y contentamiento en Jesús. ii. “La vida es una cuestión de grados – Algunos tienen vida pero ésta titila como una vela que perece, y es indistinta como el fuego en la mecha; otros están llenos de vida, y son brillantes y vehementes.” (Spurgeon) · Alguien con mucha vida tiene mucho vigor · Alguien con mucha vida tiene energía incrementada · Alguien con mucha vida tiene un amplio ámbito de vida · Alguien con mucha vida tiene la habilidad de hacer cosas · Alguien con mucha vida tiene un desbordamiento de gozo · Alguien con mucha vida tiene lo que se necesita para ganar iii.

Las ovejas con vida abundante dan honra al pastor. Ellas son crédito para él.

¿Quién nos llama a ser santos y por qué?

Porque escrito está – Cuando Pedro menciona este texto del Antiguo Testamento, nos está diciendo: No solo yo digo lo siguiente. Es Dios mismo quién lo hace. La autoridad de esta orden no sale de la boca de un simple hombre, sale de Dios mismo. Ésta es la autoridad a la que Pedro apela, ya que él espera que tomen muy enserio lo que les pide.

Pedro toma esta referencia del libro de Levítico, en donde dice: Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo. ( Levítico 11:45 – RVR1960 ). Algo que siempre debemos tener en cuenta, es que las escrituras son para nosotros una verdadera fuente de autoridad.

Los escritores bíblicos del Nuevo Testamento frecuentemente se apoyan en el Antiguo; confirmando así, y por ende reafirmando el mensaje de Dios para sus hijos. Y éste es el mensaje para nosotros: Que Es La Santidad En La Biblia Vivamos en santidad

¿Qué pequeños pasos daría hacia la santidad?

7 pequeños pasos en el camino a la santidad Que Es La Santidad En La Biblia 1. Vete a la cama a tiempo. Esto puede tomar a muchos por sorpresa, pero pensándolo bien no debería. ¿Por qué? Si no conseguimos suficiente descanso para nuestro cuerpo, este se cansa; vamos a estar arrastrándonos en el día. Lo más probable es que vayamos a estar impacientes y terminando por ser parcos y molestando a la gente, especialmente a aquellos con quienes vivimos.

  • Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo, y debe ser tratado adecuadamente a través de un descanso adecuado.2.
  • Al despertar ofrece tus primeros pensamientos a Dios, y consagra el día a su servicio.
  • Hoy podríamos llamar a esto el ofrecimiento de la mañana.
  • En esta oración ofrecemos todo a Jesús, a través del Inmaculado Corazón de María.

Que todas nuestras palabras, obras, e incluso intenciones para hacer sean para el honor y la gloria de Dios y para la salvación de las almas.3. Come para la honra y gloria de Dios. San Pablo lo dice de esta manera: “Ya sea que coman o beban hagan todo por el honor y la gloria de Dios.” Cuando comemos nunca podríamos ser movidos por la pasión y la gula, sino siempre ser dirigidos por la fe y la razón.4.

  • Con respecto a los pensamientos inmorales e impuros – todos luchamos con ellos de una forma u otra -, deben ser rechazados inmediatamente.
  • Muchos se preguntan si es malo el solo tener pensamientos pecaminosos.
  • Una vez un sacerdote le preguntó a un hombre si se entretenía con malos pensamientos.
  • El hombre respondió rápidamente: “No, ellos me entretienen”.

Tan pronto como seamos conscientes de pensamientos impúdicos o indecentes debemos rechazarlos y expulsarlos de nuestra mente lo más rápidamente posible a través de una breve y ferviente oración y un fuerte acto de la voluntad.5. Una visita eucarística ferviente mantiene el corazón inflamado por el amor de Jesús.6.

Rezar el Rosario todos los días. Los santos, los Papas y Nuestra Señora misma, todos han recomendado vivamente el rezo diario del Santísimo Rosario. En 1917, la Virgen de Fátima apareció en seis ocasiones a los tres niños pastores: Lucía, Francisco y Jacinta. Cada vez que los visitó, Nuestra Señora exhortó a rezar el Rosario diariamente.

San Juan Pablo II en su carta “La Santísima Virgen María y el Rosario” alienta asimismo orar el Rosario y por dos intenciones específicas: Para la paz mundial y para la salvación de la familia. El Padre Patrick Peyton citaba que “La familia que reza unida, permanece unida”.7.

  • Por último, trata de hacer los deberes comunes de la vida diaria con un amor extraordinario.
  • Si esto se hace con fe y sobre una base diaria tienes un programa corto y la receta para la santidad.
  • Ésta es la esencia de la espiritualidad de Santa Teresa de Lisieux.
  • Dios no presta tanta atención a la grandeza de la acción exterior, sino más bien a la pureza de intención por la que la acción se lleva a cabo.

Santa Teresa también afirmó este concepto espiritual con estas palabras: “Recoger un alfiler por amor puede convertir un alma.”

Recuerda que Jesús puso más atención y elogió la humildad de la viuda que entregó dos pequeñas monedas de cobre (con muy poco valor económico) que las enormes sumas de dinero entregadas por el vanidoso, orgulloso y egoísta.Esta receta simple puede servir de motivación para buscar la razón de nuestra existencia: la santidad en esta vida que terminará en la felicidad eterna en el cielo.Dios te bendiga.

: 7 pequeños pasos en el camino a la santidad

¿Qué es la santidad en el Antiguo y Nuevo Testamento?

El significado básico de la santidad es ‘separación’. Se refiere a algo separado de lo común y dedicado al uso sagrado. La santidad tiene su origen en Dios y se comunica a las cosas, lugares, tiempos y personas dedicadas a su servicio.

¿Cómo se puede llegar a la santidad?

En el Evangelio se encuentra la respuesta: «Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed santos como es santo vuestro Padre celestial».

  1. Evangelio de San Mateo.
  2. Capítulo 5, versículos 46-48).
  3. Un santo es un luchador.
  4. San Josemaría Escrivá de Balaguer, proclamó desde los años treinta -con una fuerza inusitada- la llamada universal a la santidad, el mensaje de que el trabajo, la vida de familia y las relaciones sociales son caminos de santidad: «La meta que os propongo -mejor, la que nos señala Dios a todos- no es un espejismo o un ideal inalcanzable: podría relataros tantos ejemplos concretos de mujeres y hombres de la calle, como vosotros y como yo, que han encontrado a Jesús que pasa quasi in occulto por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han decidido a seguirle, abrazados con amor a la cruz de cada día» ( Amigos de Dios, 4 ).

«Santidad no significa exactamente otra cosa más que unión con Dios; a mayor intimidad con el Señor, más santidad» ( Amar a la Iglesia, 22). «Quizá alguno de vosotros piense que me estoy refiriendo exclusivamente a un sector de personas selectas. No os engañéis tan fácilmente, movidos por la cobardía o por la comodidad.

  1. Sentid, en cambio, la urgencia divina de ser cada uno otro Cristo, ipse Christus, el mismo Cristo; en pocas palabras, la urgencia de que nuestra conducta discurra coherente con las normas de la fe, pues no es la nuestra -ésa que hemos de pretender- una santidad de segunda categoría, que no existe.
  2. Y el principal requisito que se nos pide -bien conforme a nuestra naturaleza-, consiste en amar: la caridad es el vínculo de la perfección; caridad, que debemos practicar de acuerdo con los mandatos explícitos que el mismo Señor establece: amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, sin reservarnos nada.

En esto consiste la santidad» ( Amigos de Dios, 6). ¿Quiénes pueden ser santos? «La santidad es para todos y no sólo para unos cuantos privilegiados: no consiste en realizar unas gestas extraordinarias, sino en cumplir con amor los pequeños deberes de cada día.

¿Quieres de verdad ser santo? -se lee en Camino – Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces.» Y añade en el punto 817: La santidad «grande» está en cumplir los «deberes pequeños» de cada instante». «¡Cuántas cosas nuevas has descubierto! —Sin embargo, a veces eres un ingenuo, y piensas que has visto todo, que estás ya enterado de todo Luego, tocas con tus manos la riqueza única e insondable de los tesoros del Señor, que siempre te mostrará ‘cosas nuevas’, si tú respondes con amor y delicadeza: y entonces comprendes que estás al principio del camino, porque la santidad consiste en la identificación con Dios, con ese Dios nuestro, que es infinito, inagotable» ( Surco, 655).

Nos moriremos con defectos «La santidad está en la lucha, en saber que tenemos defectos y en tratar heroicamente de evitarlos. La santidad –insisto- está en superar esos defectos, pero nos moriremos con defectos: si no () seríamos unos soberbios» ( Forja, 312).

«La santidad se alcanza con el auxilio del Espíritu Santo -que viene a inhabitar en nuestras almas-, mediante la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una lucha ascética constante. Hijo mío, no nos hagamos ilusiones: tú y yo -no me cansaré de repetirlo- tendremos que pelear siempre, siempre, hasta el final de nuestra vida» ( Forja, 429).

«No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta, con humildad y con santa tozudez» ( Amigos de Dios, 131). Sois un gran motor espiritual «En mis conversaciones con tantos matrimonios, les insisto en que mientras vivan ellos y vivan también sus hijos, deben ayudarles a ser santos, sabiendo que en la tierra no seremos santos ninguno.

¿Qué se necesita para ser santo según la Biblia?

Podríamos decir que la santidad es la capacidad de recibir y aceptar el amor de Dios y compartirlo, el instrumento para alcanzarlo es aceptar con alegría la voluntad de Dios y el secreto para lograrlo es dejar que ‘la gracia de Dios actúe en nuestra vida’ decía Santa Teresita del Niño Jesús.

¿Qué es la santidad de la Iglesia?

El credo afirma que la Iglesia es santa a pesar de la presencia de pecadores en su seno. Una afirmación que plantea preguntas? – ¿Por qué se dice que la Iglesia es santa? La santidad de la Iglesia es un dogma de fe y uno de los artículos del Credo. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, es santa porque Cristo, el «santo de Dios» la hace santa.

Lumen gentium (LG), una de las cuatro constituciones del concilio Vaticano II, consagrada a la Iglesia, lo explica así: «La Iglesia (?) es indefectiblemente santa, ya que Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y el Espíritu llamamos “el solo Santo”, amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios».

La Iglesia es, pues, el «Pueblo santo de Dios» (LG 39). La Iglesia es igualmente santa, porque sus obras tienden «a la santificación de los hombres en Cristo y a la glorificación de Dios», como dice Sacrosanctum Concilium (SC 10), la constitución conciliar sobre la liturgia.

  • Según el decreto sobre el ecumenismo Unitatis Redintegratio, en la Iglesia se encuentra «la plenitud de los medios de la salvación» (UR 3).
  • Por último, en la Iglesia «por la gracia de Dios, conseguimos la santidad» (LG 48).
  • El amor está en el corazón de la santidad de la Iglesia, que se manifiesta en el cuidado del prójimo.

Así, el Catecismo subraya que «la caridad es el alma de la santidad a la que todos están llamados» (Catecismo 826). Por su bautismo, está llamado a la santidad. Para la teóloga ortodoxa Julija Vidovic, no hay que comprender la santidad de la Iglesia según criterios morales, sino más bien como una llamada a vivir «la plenitud de Cristo».

¿Cuál es la base bíblica de este dogma de fe? El Antiguo Testamento hace una amplia referencia a la santidad de Dios, que sienta las bases de la santidad de la Iglesia. El pueblo judío se considera santo porque fue elegido por Dios: «Ahora, pues, si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra.

Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19,5-6). Luego, en el Nuevo Testamento, esta santidad se aplica a las primeras comunidades. Los miembros de lo que San Pablo llama en griego una “ekklesia” (una “asamblea”) son así llamados “santos”, a pesar de sus graves carencias.

  1. Así, según el padre Luc Forestier, sacerdote del Oratorio y eclesiólogo del Theologicum, “la santidad de la Iglesia no es separable de su carácter histórico”, anclado en la historia de la salvación y, desde sus inicios, marcado por las limitaciones humanas.
  2. ¿Cómo puede la Iglesia ser santa y al mismo tiempo estar marcada por el pecado? Esta es la cuestión que desafía a muchos católicos y más allá.

¿Cómo podemos hablar de santidad después de las Cruzadas, la Inquisición, el día de San Bartolomé e incluso los casos de pederastia actuales? Pero la Iglesia deriva su santidad de Dios y no de sus miembros, que son por definición pecadores. Esto es lo que afirma la Lumen gentium : «mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado, no conoció el pecado, sino que vino sólo a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación» (LG 8).

  1. Por lo tanto, no es porque sus miembros sean pecadores que el cristiano debe aceptar este estado de cosas sin buscar la conversión.
  2. No se puede separar la santidad y la reforma, de las personas y de las estructuras”, dice el padre Forestier.
  3. Todos los miembros de la Iglesia, incluidos sus ministros, deben reconocerse pecadores.

Este es el sentido del acto penitencial que se realiza al inicio de cada celebración eucarística. Si el pecado afecta a toda la Iglesia, la santidad de cada individuo también puede hacerla brillar. Ante los escándalos que empañan el rostro de la Iglesia, el cristiano siente indignación.

Pero también se siente implicado en la reparación de estas faltas, porque todos los cristianos son miembros de un mismo cuerpo, la Iglesia. La conversión personal es la respuesta que todo cristiano está llamado a dar, desde dentro, a lo que le ocurre a la Iglesia. En todo esto, “no hay que confundir la santidad con la perfección”, sostiene el padre Forestier.

La perfección es una “proyección humana”, mientras que la santidad es una “vocación”. ¿Se puede llamar pecadora a la Iglesia, formada por pecadores? Durante un viaje a Fátima, Portugal, en 1982, el Papa Juan Pablo II utilizó el adjetivo “pecador” para describir a la Iglesia de una forma sin precedentes, afirmando que realizaba esta visita como «un peregrino entre los peregrinos, en esta asamblea de la Iglesia peregrina, de la Iglesia viva, santa y pecadora».

Sin embargo, llamar a la Iglesia pecadora es arriesgado porque parece contradecir el artículo del Credo que afirma que la Iglesia es santa. Estas palabras del Papa polaco subrayan cómo la Iglesia se ve afectada por el pecado de sus hijos: santa, hecha así por el Padre mediante el sacrificio del Hijo y el don de su Espíritu, es también, en cierto sentido, pecadora, pues toma realmente sobre sí el pecado de sus hijos, como Cristo tomó sobre sí el pecado del mundo.

Este fue el razonamiento que llevó a Juan Pablo II a realizar varias peticiones históricas de perdón por parte de la Iglesia por las faltas cometidas en siglos pasados. Sin embargo, sigue habiendo recelos teológicos sobre el uso de este término, que no significa que la Iglesia esté libre de pecado.

  • En su Introducción al cristianismo, Joseph Ratzinger, el futuro Benedicto XVI, resumió este misterio de la fe católica de la siguiente manera: “La santidad de la Iglesia reside en ese poder de santificación que Dios ejerce a pesar del carácter pecador del hombre.
  • Aquí nos encontramos con la característica propia de la Nueva Alianza: en Cristo, Dios se ha vinculado espontáneamente a los hombres, se ha dejado vincular por ellos.

La Nueva Alianza ya no se basa en la observancia de un pacto por ambas partes, sino que Dios la da como una gracia, que permanece a pesar de la infidelidad del hombre”.